Por el año de 1184 la santa inquisición fue instituida por el papa Lucio III con el objetivo de castigar a todo aquel que pensara distinto o se manifestara en contra de la iglesia católica, bajo este contexto el libro Inquisición y crímenes, nos cuenta detalladamente la forma en que la intolerancia y la represión se ejercieron en la Nueva España, por la autoridad del Santo Oficio. La palabra inquisición proviene del latín “inquiere” que significa indagar, buscar y en este momento histórico lo que se buscaba eran herejes, es decir, miembros de otras iglesias u otras religiones, para someterlos a tormento o a la muerte misma, a fin de hacerlos abjurar de sus creencias.
En el seguimiento que página a página, Artemio de Valle-Arizpe, da a su obra, nos transporta con su muy ilustrativo estilo de escritura a un México antiguo y sometido; y nos precisa sobre la labor llevada a cabo por el tribunal de esta santa búsqueda, y las grandes injusticias y crímenes que se cometían, condenando de igual modo a inocentes como a verdaderos criminales.
“El de hoy no es mi tiempo ni las suyas mis costumbre” fue siempre el sentir de Artemio Valle-Arizpe, abogado, escritor y cronista, quien nació en Saltillo, Coahuila en 1884 y falleció en la Ciudad de México en 1961.
Su infancia no fue fácil, puesto que siendo hijo de un importante político, gobernador de su estado natal, su gusto por la literatura fue reprimido y obligado a seguir los pasos de su padre, por lo que estudió Derecho en la Escuela de Jurisprudencia en la ciudad de México. Para 1910 llegó a ser diputado por Chiapas teniendo 22 años, cuando inició la revolución. Ante este improvisto cambio, Valle-Arizpe, empezó a escribir una columna en El universal donde se dedicó de lleno al tema que más le gustaba: la época colonial.
Nueve años más tarde escribió su primer libro titulado Ejemplo, novela que publicó en Madrid, tratando se seguir los pasos del zacatecano Ramón López Velarde, poeta a quien Artemio admiraba, así como también a su amigo Alfonso Reyes y autores como Amado Nervo. Tras ser siempre elogiada su columna “Del tiempo pasado” siguió escribiendo y así nacieron los libros: vidas milagrosas en 1921, cosas tenedes en 1922 y la muy noble y leal ciudad de México, según relatos de antaño y ogaño en 1924.
En diciembre de 1931 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua sus obras son: Del tiempo pasado en 1932, Virreyes y virreinas de la Nueva España en 1933, El palacio nacional de México en 1936, Por la vieja calzada de Tlacopan en 1937, El Canillitas en 1941, Calle vieja y calle nueva en 1949, La güera Rodríguez en 1949, e Inquisición y crímenes en 1952 por mencionar algunas.
En doce apartados, Inquisición y crímenes, nos relata algunos casos en los que El Santo Oficio organizaba las tan conocidas quemazones de herejes, castigo al que se hacían merecedores quienes no guiaban su vida por el camino de la religión católica que era considerado llano y fácil, pacífico y ameno. Las celebraciones de pena de fuego, siempre acontecían en plazas públicas para que todo el pueblo pudiera asistir y presenciar tan atroz acto, de esta forma la iglesia prometía indulgencias a quines asistían, estas eran concedidas por los sumos pontífices y de esta forma los espectadores podían borrar sus más oscuros pecados, sin necesidad de confesión ni penitencia.
También nos narra a través de sus páginas como a pesar de que el Santo Oficio se estableció en México hasta 1571 y el primer acto de fe fue hasta 1574, desde 1520 en México hubo ordenanzas contra blasfemos y muchos frailes dominicanos y franciscanos que llegaron con la colonización llevaron a cabo actos de alguna manera inquisitoriales.
Con un estilo muy detallado y en ocasiones complicado, da cuenta de cómo eran los desfiles que daban inicio a las largas ceremonias de juicio, la manera en que los balcones de las casas por donde pasaba la procesión se ponían de luto con paños fúnebres, esperando el paso de reos, inquisidores y demás. La gente gritaba “ya salieron”, “allí vienen” y al paso de los reos, todos les gritaban insultos y las cosas terribles que les esperarían en el infierno por equivocar el camino de la religión.
Los reos presenciaban la ceremonia en jaulas grandes, vestidos según su condición: los que se entregaban por propia voluntad usaban una túnica llamada “zamora”, con dibujos de brocha gorda de demonios, dragones y reos ardiendo en llamas; aquellos que en confesión se mostraban arrepentidos y que habían tornado a la amistad divina e iban a ofrecer a Dios su vida usaban la túnica llamada “fuego revolto”, con dibujos de llamas invertidas que significaban que el reo se había librado de acabar en ellas; por ultimo los “sanbenitos” los usaban los penitenciados, eran rojos y llevaban por delante y por detrás la cruz aspada de San Andrés. En la cabeza les colocaban a todos sin excepción un alto y puntiagudo cucurucho con culebras, llamas, demonios y murciélagos pintados con humo de ocote.
Uno de los casos más notorios de las injusticias cometidas por el Santo Oficio, es sin duda el que se narra sobre Don Tomás Treviño y Sobremonte, un comerciante trabajador, generoso y de buenas costumbres, quien tuvo que pagar las consecuencias de la envidia y de la intolerancia al judaísmo, y fue acusado de tantas tonterías como se les ocurrían a sus enemigos, tales como azotar figuras religiosas, matar gallinas para extraños sacrificios y demás chismes injustificados.
De Valle-Arizpe, Artemio
Inquisición y crímenes
Editorial lectorum
Primera edición abril 2008
México D.F.
203 pp.
Por Rodolfo Ruiz, FES-Aragón-UNAM
En el seguimiento que página a página, Artemio de Valle-Arizpe, da a su obra, nos transporta con su muy ilustrativo estilo de escritura a un México antiguo y sometido; y nos precisa sobre la labor llevada a cabo por el tribunal de esta santa búsqueda, y las grandes injusticias y crímenes que se cometían, condenando de igual modo a inocentes como a verdaderos criminales.
“El de hoy no es mi tiempo ni las suyas mis costumbre” fue siempre el sentir de Artemio Valle-Arizpe, abogado, escritor y cronista, quien nació en Saltillo, Coahuila en 1884 y falleció en la Ciudad de México en 1961.
Su infancia no fue fácil, puesto que siendo hijo de un importante político, gobernador de su estado natal, su gusto por la literatura fue reprimido y obligado a seguir los pasos de su padre, por lo que estudió Derecho en la Escuela de Jurisprudencia en la ciudad de México. Para 1910 llegó a ser diputado por Chiapas teniendo 22 años, cuando inició la revolución. Ante este improvisto cambio, Valle-Arizpe, empezó a escribir una columna en El universal donde se dedicó de lleno al tema que más le gustaba: la época colonial.
Nueve años más tarde escribió su primer libro titulado Ejemplo, novela que publicó en Madrid, tratando se seguir los pasos del zacatecano Ramón López Velarde, poeta a quien Artemio admiraba, así como también a su amigo Alfonso Reyes y autores como Amado Nervo. Tras ser siempre elogiada su columna “Del tiempo pasado” siguió escribiendo y así nacieron los libros: vidas milagrosas en 1921, cosas tenedes en 1922 y la muy noble y leal ciudad de México, según relatos de antaño y ogaño en 1924.
En diciembre de 1931 fue nombrado miembro de la Academia Mexicana de la Lengua sus obras son: Del tiempo pasado en 1932, Virreyes y virreinas de la Nueva España en 1933, El palacio nacional de México en 1936, Por la vieja calzada de Tlacopan en 1937, El Canillitas en 1941, Calle vieja y calle nueva en 1949, La güera Rodríguez en 1949, e Inquisición y crímenes en 1952 por mencionar algunas.
En doce apartados, Inquisición y crímenes, nos relata algunos casos en los que El Santo Oficio organizaba las tan conocidas quemazones de herejes, castigo al que se hacían merecedores quienes no guiaban su vida por el camino de la religión católica que era considerado llano y fácil, pacífico y ameno. Las celebraciones de pena de fuego, siempre acontecían en plazas públicas para que todo el pueblo pudiera asistir y presenciar tan atroz acto, de esta forma la iglesia prometía indulgencias a quines asistían, estas eran concedidas por los sumos pontífices y de esta forma los espectadores podían borrar sus más oscuros pecados, sin necesidad de confesión ni penitencia.
También nos narra a través de sus páginas como a pesar de que el Santo Oficio se estableció en México hasta 1571 y el primer acto de fe fue hasta 1574, desde 1520 en México hubo ordenanzas contra blasfemos y muchos frailes dominicanos y franciscanos que llegaron con la colonización llevaron a cabo actos de alguna manera inquisitoriales.
Con un estilo muy detallado y en ocasiones complicado, da cuenta de cómo eran los desfiles que daban inicio a las largas ceremonias de juicio, la manera en que los balcones de las casas por donde pasaba la procesión se ponían de luto con paños fúnebres, esperando el paso de reos, inquisidores y demás. La gente gritaba “ya salieron”, “allí vienen” y al paso de los reos, todos les gritaban insultos y las cosas terribles que les esperarían en el infierno por equivocar el camino de la religión.
Los reos presenciaban la ceremonia en jaulas grandes, vestidos según su condición: los que se entregaban por propia voluntad usaban una túnica llamada “zamora”, con dibujos de brocha gorda de demonios, dragones y reos ardiendo en llamas; aquellos que en confesión se mostraban arrepentidos y que habían tornado a la amistad divina e iban a ofrecer a Dios su vida usaban la túnica llamada “fuego revolto”, con dibujos de llamas invertidas que significaban que el reo se había librado de acabar en ellas; por ultimo los “sanbenitos” los usaban los penitenciados, eran rojos y llevaban por delante y por detrás la cruz aspada de San Andrés. En la cabeza les colocaban a todos sin excepción un alto y puntiagudo cucurucho con culebras, llamas, demonios y murciélagos pintados con humo de ocote.
Uno de los casos más notorios de las injusticias cometidas por el Santo Oficio, es sin duda el que se narra sobre Don Tomás Treviño y Sobremonte, un comerciante trabajador, generoso y de buenas costumbres, quien tuvo que pagar las consecuencias de la envidia y de la intolerancia al judaísmo, y fue acusado de tantas tonterías como se les ocurrían a sus enemigos, tales como azotar figuras religiosas, matar gallinas para extraños sacrificios y demás chismes injustificados.
De Valle-Arizpe, Artemio
Inquisición y crímenes
Editorial lectorum
Primera edición abril 2008
México D.F.
203 pp.
Por Rodolfo Ruiz, FES-Aragón-UNAM
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