sábado, 25 de abril de 2009

La Malinche


Bendición o maldición. Suerte o desdicha. Creadora o destructora. Malinalli fue una mujer recorrió el camino de la vida, bajo la presión de estas dicotomías. Malinalli (nombre con el cual fue bautizada), nació pocos años antes de la llegada de Hernán Cortés a la Villa Rica de la Veracruz. Pero, no tuvo el recibimiento esperado, ya que fue desdeñada por su madre, quien prefirió “disfrutar” de su vida, después de la muerte de su esposo (padre de Malinalli).

Sin embargo, Malinalli encontró el amor, la atención y las enseñanzas, a través de su abuela, quien para la niña, sería la representación palpable, tangible y viviente de la madre de todos, de Tonantzin. La relación entre ellas se hizo muy estrecha, se convirtió en una especie de simbiosis, en la cual, la niña se convirtió en los ojos de la abuela (ya que ella se había quedado ciega), y en el único motivo por el cual se aferraba a la vida; y la abuela sería: la guía, la maestra, la madre, la protectora y “sensei” de Malinalli.

La enseñanza de mayor trascendencia e importancia que la anciana cosechó en el corazón de la niña (aparte de la de honrar a sus dioses, a la tierra, a sus costumbres y tradiciones), fue la de aprender a observar con el alma, con el corazón, para amarse a uno mismo, y con ello, amar a todo el Universo. Además, le regaló unos granos de maíz (el producto más apreciado en toda Mesoamérica, incluso por encima del cacao, el jade y el oro, éste último, considerado como el excremento de los dioses), como símbolo del amor profesado entre ambas.

Fallece la abuela. Este acontecimiento provocaría un giro de 180 grados en la vida de Malinalli. Su madre la vendería, dejando una huella imborrable y dolorosa en el alma de la pequeña. Anduvo varios años sirviendo a diferentes amos; de hecho, le pasaba algo curioso, porque cuando al fin se acostumbraba al lugar, a las personas, las plantas y los animales, cuando les tomaba cierto aprecio, de nuevo era comerciada. Esta situación le causaba confusión, ya que, no sabía sí la vendían por no hacer bien su trabajo, o sí sólo era un ciclo más en su existencia.

Llegaron los españoles, liderados por Hernán Cortés. Venían del mar; llegaron acompañados por un fortísimo viento; vestidos con armaduras de acero; con enormes barbas; montados en animales muy grandes, extraños y nunca antes vistos; con armas diferentes y nuevas para los lugareños; eran de tez blanca; y hablaban un idioma diferente. ¡Eran los dioses! Era Quetzalcóatl y su séquito de guerreros. Eran demasiadas coincidencias: el año de un nuevo sol, llegaban del mar, acompañados de viento, y llegaban del oriente (donde sale el sol).

Influenciados en sobremanera por las coincidencias antes mencionadas, los indígenas les brindaron regalos, tributos y reverencias. Pero... en el ambiente había una sensación extraña; algunos nativos, comenzaron a dudar de la verdadera identidad de los “dioses”. No se comportaban como Quetzalcóatl lo haría; no les interesaba ni el maíz, ni la tierra, ni el agua, ni algo más que no estuviera conformado de oro. Ese metal de poco valor en el mundo prehispánico, era en lo único en lo que estos “seres superiores” centraban su atención. Además, Cortés despreciaba los rituales, las celebraciones y las costumbres... algo andaba mal.

En su estancia tomaron a varios hombres y mujeres para sus servicios. Los primeros, para servir como soldados; y las segundas como sirvientas. Entre ellas se encontraba Malinalli. La personalidad y el físico de la joven, eran sobresalientes, lo cual no pasó desapercibido para Cortés, quien la tomó como suya. También observó su inteligencia, y con ayuda del padre Aguilar, la convirtió en “la lengua”, la traductora entre ambas civilizaciones, la encargada de transmitir mensajes de paz o de muerte, de esperanza o de guerra.

En teoría, el viaje de Cortés era sólo una expedición para explorar el terreno, pero Cortés tenía otros planes. Él, había sido hijo único; estaba acostumbrado a tener todo lo que quería; era ambicioso; tenía hambre de triunfo; y quería demostrarse y demostrarle al “mundo entero”, cuán capaz y valiente era. Es por eso, que tomó la decisión de seguir adelante, de ir al encuentro de ciudades más grandes, pero sobre todo, de ir en al encuentro del oro, las riquezas y la majestuosidad de la gran Tenochtitlan; de la que tanto y tan bien le habían hablado.

En Tenochtitlan, el emperador Moctezuma ya había sido informado de la presencia de los españoles. Inclusive, le habían contado de su obsesión por el oro, y de sus comportamientos tan extraños, que ponían en tela de juicio su auténtica procedencia. Moctezuma los hubiera exterminado en cuestión de “segundos”, podía haber dado la orden de matarlos en ese mismo instante, pero ¿por qué no lo hizo? La respuesta es: miedo. Tenía miedo, percibía la caída del imperio, luego de que se habían cumplido las ocho profecías que indicarían el fin de una era. Además, no había seguido al pie de la letra los mandamientos y ordenanzas de Quetzalcóatl, por ende, al escuchar que al parecer “la serpiente emplumada” había retornado, imaginó que lo iba a enjuiciar por sus malos actos, lo cual, paralizó su enorme capacidad guerrera.

Luego de la matanza monumental llevada a cabo por Cortés en Cholula, concebida para evitar cualquier traición o levantamiento en su contra, Malinalli se sintió vacía, triste y sin motivo alguno para seguir adelante; y es que ella, había sido la encargada de transmitir los mensajes de repudio y represión en contra de la gente que se intentaba sublevar. Ni el “amor” que le tenía a Hernán, pudo borrar de su mente aquella masacre en contra de los indígenas, sería algo que jamás le perdonaría. Ante cualquier adversidad, Marina (nombre con el que la bautizaron los españoles) siempre recordaba las palabras de su abuela, y en ellas encontraba el sustento para continuar y no decaer.

El momento decisivo llegó. Cortés había entrado a Tenochtitlan. Nunca antes había visto una ciudad tan esplendorosa, mágica y hermosa. Estaba maravillado. Malinalli no se quedaba atrás en cuanto a asombro. Las historias de su abuela eran ciertas, la ciudad era maravillosa. Pero Cortés, no había ido a contemplarla, estaba ahí para hacerla suya, conquistarla y saquearla. Malinalli fue cuestionada sobre la identidad de aquellos seres... ¿eran o no eran dioses? Le preguntaron. Contestó afirmativamente, sentenciando a los suyos, traicionándolos.

Moctezuma se puso a las órdenes de Cortés, hecho que sorprendió a toda la población, pues era algo inverosímil y triste, ver actuar así a su emperador. Cortés no se durmió en sus laureles y a los pocos días de su estancia, atacó “ferozmente” a los mexicas, sin embargo, tras un mínimo periodo de reorganización, el pueblo mexica contraatacó y dejó en muy malas condiciones al ejército español, provocando la noche triste para Cortés.

Cortés tomó otra decisión importante. Fue al encuentro de Pánfilo de Narváez (quien venía para acabar con Hernán por su desobediencia); lo derrotó; integró más soldados a su ejército; y adhirió a sus fuerzas a los tlaxcaltecas y otros pequeños pueblos, quienes se unieron sin pero alguno, pues habían vivido bajo el yugo mexica, y buscaban venganza. En su regreso a Tenochtitlan, Cortés sitió la ciudad. Interceptó las 4 calzadas, y los lagos los llenó de embarcaciones. Fue el principio del fin de los mexicas. Se defendieron con pundonor, agallas y valentía, pero no fue suficiente, estaban rodeados y eran menos, habían sido entregados. En efecto, la duda se disipó, pero ya no había salvación, Cortés no era Quetzalcóatl.

Malinalli se sentía miserable. ¿Cómo era posible que hubiera entregado a su pueblo, a su sangre, a su raza? ¿Sería ese su encargo en esta vida? ¿Habría nacido para ser la piedra angular en el exterminio de su gente? No podía creer lo que había hecho. Sabía que sí hubiera dicho la verdad, Moctezuma la hubiera matado, pero al mentirle el emperador, como ya lo había hecho, no le garantizaba una vida mejor, pues aquellos hombres con los que estaba (los españoles), no compartían algo con ella, así que bien podrían asesinarla en cualquier momento.

La mente y alma de Malinalli estaban confundidas. Se preguntaba ¿por qué Quetzalcóatl no había defendido a su pueblo? Además le gustaba la concepción del nuevo dios, el que traían los españoles, puesto que, ese dios no ordenaba sacrificios. Aunque también le disgustaba que los españoles lucharan en su nombre y que lo mostraran clavado en una cruz.

Hernán y Marina concibieron a un hijo. Era lo más hermoso en la vida de ella; significaba la unión de dos mundos, se sentía privilegiada por experimentar la sensación de dar vida. Él también estaba feliz, pero, su ambición, su miedo ante la posible reacción de su familia, y el hecho de que estaba casado en España, ensombrecía su panorama.

Vaya paradoja que le deparó el destino a Malinalli. Nunca había perdonado a su madre por haberla abandonado, y ella hizo lo mismo con su primogénito, al seguir a Cortés, en busca de más territorios para conquistar. Pero, uno de aquellos días, Malinalli no aguantó más y se desahogó; lo hizo recriminándole a Cortés todos los males que él había causado, y los que ella por amor a él había cometido. Cortés sabía de antemano la veracidad de las palabras de Malinalli, pero pudo más su orgullo. No soportó los reclamos de la mujer, por ende, se la regaló a Jaramillo, uno de sus soldados más confiables. De nuevo había sido regalada, pero esta vez sería la última.

Jaramillo siempre estuvo enamorado de Marina. Había soñado con una vida al lado de ella. Marina observó la bondad, el amor y los valores de Jaramillo, por ende, se fue enamorando poco a poco de él. Se alejaron de Hernán, disfrutaron de sus tierras, de su casa, de sus hijos (pues Malinalli dio a luz a una niña, a la que nombraron María), de su amor, de la naturaleza y del Universo entero. Finalmente Malinalli decidió ir al cerro del Tepeyác, necesitaba ponerse a cuentas con Tonantzin, necesitaba que ella la perdonara, la renovara y se llevara los males de su mente y de su corazón. Había actuado como Quetzalcóatl, había enfrentado su lado obscuro, para dar paso a convertirse en un ser lleno de luz, y ser consciente de esa luz. Al regreso de este viaje, Malinalli se sentía un nuevo ser, con una energía especial, única y hermosa. Jugó con sus hijos hasta el anochecer; hizo el amor con su esposo; y salió al centro de su patio, donde convergían 4 riachuelos, que formaban una cruz de agua. Ahí mismo, se hizo una con el Universo, su cuerpo fue absorbido por la naturaleza. Malinalli había nacido a la eternidad.

Poder, miedo, dolor, sufrimiento, mentira, amor y traición. Todos estos factores marcaron la vida de Malinalli, quien, a final de cuentas, emergió de las penumbras que la envolvían (tanto internas como externas), radiante como el sol de la mañana. Malinalli es la representación de la madre mexicana; la figura más amada, pero, paradójicamente, también es la más odiada, despreciada, e insultada.
Bibliografía
Esquivel, Laura. La Malinche. Ed. Suma de letras, cuarta reimpresión, México, 2006, pp. 200.

Laura Esquivel
Nació en la ciudad de México en 1950. Comenzó su carrera como guionista de cine, actividad en la que obtuvo un amplio reconocimiento y por la que fue premiada en diversas ocasiones.
Su primera novela, Como agua para chocolate, publicada en 1990, fue uno de los mayores acontecimientos literarios de los últimos años; en la actualidad se ha traducido a 30 idiomas, La película basada en la novela, cuyo guión fue escrito por la propia Esquivel, además de cosechar numerosos premios, fue un impresionante éxito de taquilla. También es autora del libro La Ley del Amor, El libro de las emociones, Tan veloz como el deseo, Estrellita marinera e Íntimas silenciosas.

Realizado por: Garfias Hernández Jaime Daniel, FES-Aragón-UNAM

No hay comentarios: