Esta es una novela que nos traslada hasta el siglo XVIII, época en la que vivió Fausto H. de Oquendo. Marqués del Rasero, un hombre que goza de visiones cada que alcanza el orgasmo al estar con alguna mujer. Este hombre sin saberlo estaba unido a Francisco, haciendo una comunión con las visiones, Francisco se asomaba a la vida de Rasero, mientras el marqués se asomaba a un futuro nada prometedor, lleno de guerras, de destrucciones entre los propios seres humanos.
A lo largo de la vida de Rasero hacen acto de presencia los grandes filósofos de esa época, como su amigo Denis Diderot, Voltaire, Rosseau, Lavosier entre otros grandes pensadores. Pero también hace la aparición Mariana: una criolla con la que nuestro personaje principal descubre verdaderamente lo que es amar, y con ella, también desaparecen las visiones que tanto tormento y curiosidad lo asaltaban cada vez que gozaba del placer máximo del acto sexual. Poco después de haber vivido plenamente con ella y antes de sellar su amor bajo el contrato del matrimonio ella desaparece, para después encontrarse en el futuro, en el cual era ni más ni menos que la mujer de Francisco.
A lo largo de la vida de Rasero hacen acto de presencia los grandes filósofos de esa época, como su amigo Denis Diderot, Voltaire, Rosseau, Lavosier entre otros grandes pensadores. Pero también hace la aparición Mariana: una criolla con la que nuestro personaje principal descubre verdaderamente lo que es amar, y con ella, también desaparecen las visiones que tanto tormento y curiosidad lo asaltaban cada vez que gozaba del placer máximo del acto sexual. Poco después de haber vivido plenamente con ella y antes de sellar su amor bajo el contrato del matrimonio ella desaparece, para después encontrarse en el futuro, en el cual era ni más ni menos que la mujer de Francisco.
Me pareció una novela envolvente y atractiva, tiene toques históricos, enigmáticos, eróticos, y de misterio. Es una buena lectura que nos ofrece Francisco Rebolledo.
Ficha bibliográfica: Rebolledo, Francisco, Rasero, Edit. Joaquín Mortiz, México
Por Anayd Huerta, estudiante de Comunicación y Periodismo, FES-Aragón
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