miércoles, 16 de diciembre de 2009

El Laberinto de la Soledad

El laberinto de la soledad de Octavio Paz es un viaje por las diversas caras que representa la sociedad mexicana. En un análisis meticuloso sobre sus costumbres, tradiciones y demás características específicas de la mexicanidad, Paz nos describe punto a punto a sus contemporáneos, este conjunto de personas que conviven en una nación tan emblemática como lo es México.

A lo largo de ocho capítulos y un anexo, el autor describe diferentes facetas de la soledad del mexicano, cambios por los que ha pasado, diversas etapas en la vida de nuestra nación, y parte de historia, que no sólo ejemplifica eficazmente sino que también cumple con la función de posicionarnos y hacernos concientes de lo que nos trajo hasta lo que somos ahora como sociedad.

En una completa revisión de ciertas caras del mexicano, se examina cada uno de los símbolos que representa, desde diversas perspectivas, un representativo personaje de los años cincuentas, el “pachuco”. Nos relata detalle a detalle que es lo que compone a este tipo de personas, desde su vestimenta, su pensamiento hasta su manera de vivir y quienes son los personajes que caen en este estilo de vida.

Y empezando no tanto por México, se relata la vida de un mexicano en el país vecino del norte. Así, entre sombreros con excéntricas plumas en la punta, que combinan a la perfección con los exagerados trajes que visten estos jóvenes, pasamos al ya muy discutido, pero no erradicado, tema del machismo.

Aunque el ensayo es de hace más de cincuenta años, pudiera ser aplicable aún a la actualidad, tabúes que siguen presentes en nuestros días, esa “igualdad” de género por la que se sigue luchando, es tema del segundo capítulo. Donde describe al típico macho mexicano y claro a la sumisa y misteriosa personalidad de la mexicana.

Poco a poco abres los ojos ante lo que sucede, es cuestión de tradición, más que de comportamiento natural, el hecho de que quien manda es el hombre y no al contrario. Rajarse es asunto de “no machos”, y la mujer, víctima siempre de los hombres, es también, blanco de ofensas entre machos, entre enemigos. Situación, ya más ensayada que una coreografía en festival de primaria, nos sigue acompañando día a día, si el hombre muestra alguna señal de debilidad, es instantáneamente marcado, clasificado como lo peor, pero ¿hasta cuando podremos ser nosotros mismos? Algún día ¿podremos dejar de fingir y al fin quitarnos nuestras Máscaras mexicanas?

Pero siempre debemos cumplir con ciertos criterios que la misma sociedad marca, no puedes comportarte de igual forma con tu familia que con algún desconocido, debemos seguir las reglas de moral, esa moral que se hace en conjunto, esa con quien estamos todos disgustados, pero que nosotros mismos creamos, esas cadenas que nos mantienen presos de nuestro propio ser, y nunca podremos ser libres en realidad, ¿hasta cuándo?

Pero no “siempre” somos presas mortales de nosotros mismos, o en sí de la sociedad, existen algunas circunstancias bajo las cuales podemos liberarnos un poco. Es bien sabido que el alcohol cambia las actitudes, y dicen, hace olvidar todo, desde penas amorosas, e incluso de quiénes somos. Pero ¿en realidad quiénes somos?

No hay mejor oportunidad que una fiesta para beber, y dejarte llevar por las consecuencias físicas que genera el alcohol en nuestros organismos. Pero podría ser que las fiestas no sean tan frecuentes, no existe entonces un “desahogo” frecuente; pues al menos en nuestro país sí. Al mexicano le sobran pretextos para festejar, celebrar aniversarios, no sólo cumpleaños de alguien cercano, incluso lejano (o acaso ¿no disfrutamos también en extremo “gorrear”?), el aniversario de nuestra independencia como nación, o la revolución que “nos cambió”, el aniversario de una mujer como madre.

México siendo un país, como muchos otros, mayoritariamente católico, está aún más lleno de simbolismos, infinidad de celebraciones, bautizos, presentaciones, bodas, quince años, etc. Fiestas nos sobran en México, a todo le rendimos culto, un Dios, la Virgen, Jesucristo, enorme variedad de santos, Santa Muerte, la muerte en sí. Ocasiones en las que podemos olvidarnos de aparentar, porque es el día en todos pueden abrirse, sacar su verdadero yo, y estar seguro de que no importará, porque el de junto bien sabe que a nadie importa lo que haga, es día de libertad y al día siguiente olvidar.

Folclórico lenguaje, estamos ya más que adaptados a escuchar a diario, pero sin duda es otra de las más sobresalientes características del mexicano, pero es tan rica la variedad en la lengua española (fijándonos más claramente en el español mexicano que el de España) que llega a confundir la diversidad de significaciones que se le da a los diferentes signos de nuestro idioma.

Así hacemos un recorrido en retroceso, de adelante hacia atrás, desde la actualidad del autor, hasta la Reforma, volviendo al pasado para saber de donde venimos, y talvez a donde vamos, esa serie de interrogantes que nos trajeron hasta hoy, y nos hizo ser lo que somos, una sociedad llena de prejuicios y dudas, aparentando ser y no siendo. Obviamente influenciados, pero queriendo creer que somos genuinos, sin más intervención que la nuestra, que no somos más que nosotros puramente.

Intentando lograr algo que otros más lograron usando un método determinado, sin tomar en cuenta que cada individuo es precisamente eso, diferentes entre nosotros por lo tanto, sociedades diferentes, con diferentes intereses y diferentes metas, diversos pensamientos y costumbres y que, claro está, ese mismo método no nos funciona, no adentrando en que funcione mal o bien, mejor o peor que a ellos, simplemente ese procedimiento para llegar ahí, no nos sirve, no aplica a nuestra sociedad, en constante búsqueda de nuestra identidad.

Y es que nos somos capaces de ser nosotros mismos, es esa misma situación, la que no nos permite crear nuestros propios inventos, técnicas, métodos, identidad, y pensamiento, y llegar a ser lo que ya grandes potencias mundiales son. Hasta que dejemos de interesarnos por “el que dirán”, lograremos ser sobresalientes, y poder superar nuestros miedos, avanzar, seguir adelante, evolucionar, pero seguimos varados en la incertidumbre, tememos ser quienes somos, y fracasamos en cualquier esfuerzo, inútil, de lograr ser alguien, alguien que no somos.

Si nos aceptáramos como somos, nos valoráramos tal cual, no sólo podríamos alcanzar la felicidad, sino que llegaríamos a encontrar el amor, no en pareja, como suele estar acostumbrado el pensamiento general del amor, sino el amor propio, y así poder disfrutarnos a nosotros mismos, pasarla bien con nuestro yo, dejar de estar solos, y comenzar a disfrutar nuestra propia compañía, porque al final, sólo nos tenemos a nosotros mismos, ser concientes de que llegamos solos y así nos iremos, es esa condena que debemos cumplir, a la que nos sometemos desde el primero de nuestros días, pero que seguro sería menos difícil de cumplir, si la comprendieramos como lo que es, nuestra soledad natural.
Diana Palacios, FES-Aragón-UNAM

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