domingo, 6 de diciembre de 2009

El Laberinto de la Soledad

OCTAVIO PAZ
El significado de las acciones mexicanas se encuentra depositado por Octavio Paz en este libro. Comienza con la descripción de los pachucos y su “cultura”. Hace una comparación entre los adolescentes y los pachucos: su “mexicanidad” sin reconocer. Compara los adolescentes que “vacilan entre la infancia y la juventud… y se asombra de ser” a los pachucos que, por su parte, no saben si son o no son, no quieren pertenecer ni a una ni a otra patria. No son ni estadunidenses, ni mexicanos, pero tampoco son una mezcla de las dos culturas; ellos dicen ser solamente ellos. No quieren ni pretender pertenecer a algún lugar.
Octavio Paz separa las conciencias estadunidenses, que quieren conservar y preservar la vida; de las mexicanas, que por otra parte, sólo quieren gozar de ella con todo y sus prejuicios. Hace referencia al mexicano que llega con sus complejos: “Pero más vasta y profunda que el sentimiento de la inferioridad, yace la soledad…Sentirse solo no es sentirse inferior, si no distinto”. El mexicano es incapaz de reconciliarse con el fluir de la vida.
El machismo es uno de los factores principales por las que los mexicanos son lo que son. La hombría requiere de impedir abrirse hacia cualquier persona. De ahí que piensan a las mujeres como inferiores: por su entrega. El macho es un ser hermético. El pudor del cuerpo es la barrera que impide entrar en nuestra intimidad. Las mujeres deben ser al recato y en los hombres la reserva. El mundo en el que habitamos es hecho a la imagen de los hombres, la mujer es sólo la voluntad masculina. Es por eso que ella debe ser “decente” y “sufrida” pero, ¿cómo serlo en donde su propia voluntad no es tomada en cuenta? Es por eso que se le llama la sufrida mujer mexicana y si no lo es, se le cataloga como mala mujer (que conlleva a una mujer activa); a diferencia de la madre abnegada y la novia recatada, la mujer mala va a donde quiere.
Y es por eso que las mentiras son una máscara de la que dependemos para poder seguir con nuestro papel de mexicanos. Lo hacemos por fantasía y placer, pretendemos ser algo que no somos, y hasta disimulamos serlo. Pienso que es el resultado de un sentimiento de inferioridad. Pretendemos ser ninguno, y al ser ninguno no somos nada, al no ser nada no existimos, y nos volvemos resignados a la vida.
Para ocultar por momentos el estoicismo, al mexicano le fascina celebrar. Las festividades son parte elemental de su resignación. “Cualquier pretexto es bueno para conmemorar”. Es necesario para poder aligerar el alma de tantas ofuscaciones. He llegado a escuchar la controvertida frase: “hoy como rey, mañana como buey”. El mexicano celebra todo incluso hasta quedarse sin nada. La vida es para festejar. Hasta la misma muerte es motivo para la fiesta. Y como la muerte no es el fin de la vida (es un pretexto para la muerte), la muerte es la continuidad de la existencia en el más allá. La indiferencia que tenemos hacia ella, es la misma hacia nuestras vidas. Y a pesar de celebrarla, nos cerramos ante ella, la ignoramos. Eso es el equilibrio que le damos para poder explotar nuestra intimidad.
Ya en este punto me detendré para un capítulo que, personalmente, ha llamado mi atención desde hace ya varios años. “Los hijos de la Malinche” , por haber escuchado varias críticas hacia esa sección.
La extrañeza con que los demás países nos ven, por nuestras costumbres y hasta por nuestra falta de “conciencia” (que dicho de otro modo es subjetiva igual que la verdad, cada quien la ve conforme a sus circunstancias) “terminan por desconcertar” a los extranjeros. Ante los foráneos somos un enigma difícil de descifrar, y hasta podría decirse que nos consideran un caso perdido. Al mismo tiempo, las mujeres mexicanas, por ser parte de la sociedad, se convierten en una incógnita, podría decirse, sino la más grande. Y como símbolo, es la fecundidad, y al mismo tiempo, de la muerte. Es más debería ser considerado como objeto de conocimiento, ya que ya que el ser humano ha perdido toda relación con sus semejantes. Ahora son sometidos a una transposición a la esfera política y social en la que vive, junto con los sistemas económicos capitalistas a los que son sometidos. Esa producción en serie se ha convertido en terror moderno.
Nos hemos creado una “moral se siervo” que hace alusión a la burguesía, el proletariado y a la modernidad. En la que el disimulo y la desconfianza son miembro substancial. Nuestro carácter es producto de las circunstancias sociales que existen en nuestro país. Nuestros fracasos.
Y de esas pérdidas se crea un lenguaje que depende del fracaso. En especial una palabra que cualquier manera que sea pronunciada, expresa violencia. Su fin: penetrar en la intimidad del otro y herirla. La chingada. Chingar es hacer violencia sobre otro. El verbo masculino, es pasivo y abierto: atractivo agresivo y cerrado. En un mundo de personas chingonas, precedidas por el recelo, nadie se raja y nadie se abre. La frase “vete a la chingada” (que no lo había visto de esa manera) quiere decir mandar a alguien a un espacio lejano vago e indeterminado. Y por así decirlo, la chingada es el símbolo de la madre mexicana. La chingada es la progenitora del mexicano, y por lo tanto constituye la mayor ofensa que se le puede hacer a este. El hijo de la chingada es el engendro de la violación, rapto o burla. Y e deshonor consiste el ser el hijo de una mujer que voluntariamente (sea o no sea el caso) se entrega, una prostituta, es decir el fruto de una violación.
Y el machismo es primordial para poder comprender este tipo de vocabulario.
Es así como Octavio paz denota nuestra cultura sobre todas las cosas. Nuestras costumbre son llevadas por nuestros antecesores y por costumbres, ya sea el machismo, el cerrarnos ante el mundo y nos compadecemos de nosotros mismos.
La religiosidad influye de manera directa sobre todas nuestras acciones, esto desde la época de la colonia.
Y ahora, en nuestros días, queremos sobrellevar el peso que se nos ha cargado como sociedad machista, indiferente ante el mundo, y se nos llega a catalogar como desconcertadores por nuestras acciones.
Miriam Santiago, FES-Aragón-UNAM

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