viernes, 21 de marzo de 2008

La vida que se va


Durante toda una vida nos topamos con miles de senderos de los cuales habrá que elegir para formar un solo camino. Fortaleciéndolo con paso firme y constante, no se puede dudar en la elección, se elige y nada más, no se sabe a donde te llevará y uno no se puede regresar, los senderos restantes perecen a su suerte, los relegamos al olvido, los arrojamos en el profundo abismo del hubiera, en la posibilidad que ya no es tangible, tan sólo en el sueño despierto de quien la imaginación no logra desprenderse, en la ficción y la ilusión.

La vida sólo se vive una vez con nada más que una variable, a cada momento elegimos entre un rumbo u otro, entre una jugada u otra, en arriesgarlo todo y salir al combate con todo lo que uno puede ofrecer, o mantenerse cauteloso formando una guardia con las fichas de ajedrez, así para mantener al rey de pie. Vicente Leñero nos lo trata de expresar en la vida que se va, representando a una anciana que se reinventa al filo de su muerte y de quien el olvido es su peor enemigo, contra quien lucha, así como cualquier anciano que ve en las historias mágicas que se inventa la manera de conseguir la inmortalidad, fortaleciendo su existencia en el redescubrimiento de su vida. Nosotros somos esas historias que inventamos de la posibilidad del hubiera y revivimos con más de una historia esos senderos olvidados del deseo y de la supervivencia, es también, como las incontables jugadas que uno puede hacer y que se pueden desarrollar con un mínimo movimiento, desarrollando las estrategias para obtener la victoria, en este juego de la vida el único que gana es el deseo divino de no ser olvidado.

Quien no se inventa a momentos, así con los ojos abiertos, como si viera sus pasos sobre el camino que no recorrió, sólo en la mente, redescubriendo, reinventándolo todo, modificando detalles, viviendo los sueños, soñando y viviendo. Quien no se cuenta maravillosas historias, sobre sí mismo, sobre los otros, de los que existen y de los que con nuestro gesto dotamos de su propio sentido, con el don de la creación, de derecho divino, que sólo alguien divino puede obsequiar. Inmortalidad que se encuentra en esas historias que nosotros creamos, en las que creemos y en las que nos creamos. Uno se convierte en esas historias que se inventa y de esa manera se vuelve inmortal.
Por Gerardo Hernández, estudiante de Comunicación y Periodismo, FES-Aragón

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